ADVERBIOS

allí por última vez el miércoles próximo. En ese caso, yo podría verte siempre el miércoles en la tarde, el sábado a la tarde y a la noche, el domingo a la tarde, y quizá con más frecuencia todavía.

— Pero si tus abuelos se oponen, no podrás hacerlo a espaldas de ellos.

— El amor siempre encuentra un camino.

En ese momento, al pasar por delante de la librería de la esquina, vi a Peter Wessel que hablaba con dos amigos. Fue la primera vez, en mucho tiempo, que me saludó. Eso me causó una inmensa alegría.

Harry y yo seguimos caminando y, por último, nos pusimos de acuerdo para una cita: yo debía encontrarme ante su puerta, el día siguiente, cinco para las siete de la tarde.

Tuya, ANA

Viernes 3 de julio de 1942

Querida Kitty:

Ayer, Harry vino a casa para conocer a mis padres. Yo había comprado una torta, bizcochos y pasteles para el té. Había un poco de todo. Pero ni Harry ni yo teníamos deseos de quedarnos quietos en una silla, sentados el uno al lado del otro, y nos fuimos a pasear. Eran ya las ocho y diez cuando él me trajo a casa. Papá estaba muy enojado. Dijo que no debía regresar tan tarde, pues es peligroso para los judíos encontrarse fuera después de las ocho. Tuve que prometerle que, en lo sucesivo, regresaría diez para las ocho.

Mañana, estoy invitada a casa de él. Mi amiga Jopie siempre me hace bromas sobre Harry. En verdad, yo no estoy enamorada. Pero tengo el derecho de tener un amigo. Nadie encuentra nada de extraordinario en que yo tenga un compañero, o, según la expresión de mamá, un cortejante.

Eva me ha contado que una noche, estando Harry en casa de ellos, ella le preguntó:

— ¿A quién prefieres, a Fanny o a Ana?

— Eso no te importa — le contestó él.

Durante todo el resto de la velada, no tuvieron ya ocasión de hablar juntos, pero, al irse, él le dijo:

— Si quieres saberlo, prefiero a Ana. Pero no se lo digas a nadie.

Y se fue.

Me doy cuenta de que Harry se ha enamorado de mí. Yo lo encuentro divertido, y que cambia mi vida. Margot diría de él: «Harry es un buen muchacho». Opino lo mismo, y hasta algo más. Mamá no termina de alabarlo: buen mozo, bien educado, muy amable... Me encanta que todo el mundo, en casa, lo halle de su gusto. Él también ha simpatizado con mi familia, pero encuentra a mis amigas demasiado niñas, y tiene razón.

Tuya, ANA

Domingo 5 de julio de 1942

Querida Kitty:

La fiesta de graduación de curso transcurrió como deseaba. Mis notas no son del todo malas, tengo un insuficiente, un 5 en álgebra, un 6 en dos asignaturas, y en las otras varios 7 y dos 8. Diez es la nota máxima. En casa estaban muy contentos, pues, a propósito de puntos mis padres no son como los demás. Al parecer, les importa poco que las notas sean buenas o malas. Para ellos basta con que yo esté bien y me sienta feliz, y que no sea insolente; lo demás, según ellos, se arreglará solo. En cuanto a mí, opino lo contrario; no quiero ser mala alumna después de haber sido admitida provisionalmente en el liceo, puesto que he saltado un año al salir de la Escuela Montessori. Pero con el traslado de todos los niños judíos a las escuelas judías, el director del liceo, después de alguna presión, consintió en recibirme, lo mismo que a Lies, a título de prueba. Yo no quería defraudar la confianza del director. El resultado de Margot es brillante, como siempre. Si la promoción cum laude existiera en el liceo, ella la habría obtenido ¡tiene una cabecita tan inteligente!

Papá, en estos últimos tiempos, se queda a menudo en casa porque ya no puede bajar oficialmente al negocio. ¡Qué sensación tan desagradable debe ser la de sentirse inútil! El señor Koophuis ha retomado la empresa Travies y el señor Kraler la firma Kolen & Cía. El otro día, cuando nos paseábamos alrededor de nuestra plaza, papá empezó a hablar de la clandestinidad. Decía que iba a ser muy difícil para nosotros vivir completamente separados del mundo exterior.

— ¿Por qué hablar de eso? — le pregunté.

— Escucha, Ana — repuso—, tú sabes bien que, desde hace más de un año, nosotros transportamos muebles, ropas y enseres a casa de otra gente. No queremos que nuestros bienes caigan en manos de los alemanes, y menos aún queremos ser nosotros quienes caigamos en sus garras. No los esperaremos para irnos. No dejaremos que nos detengan.

— Pero, papá, ¿para cuándo será eso?

Las palabras y la seriedad de mi padre me habían angustiado.

— No te inquietes. Nosotros nos ocuparemos de todo.

Diviértete y aprovecha tu libertad todo el tiempo que aún puedas hacerlo.

Eso fue todo. ¡Ojalá esos sombríos días estén aún distantes!

Tuya, ANA

Miércoles 8 de julio de 1942

Querida Kitty:

Parece que hubieran pasado años entre el domingo a la mañana y hoy. ¡Cuántos acontecimientos! Como si el mundo entero se hubiera trastornado de repente. Sin embargo, ya vez, Kitty, todavía vivo, y, como dice papá, es lo principal.

Sí, en efecto, vivo todavía, pero no me preguntes dónde ni cómo. Tú no comprendes nada de nada hoy ¿verdad? Por eso me es necesario, primero, contarte lo sucedido a partir del domingo a la tarde.

A las tres (Harry acababa de irse para volver más tarde) llamaron a nuestra puerta. Yo no lo oí, porque estaba leyendo en la terraza, perezosamente reclinada al sol en una silla de lona. De pronto, Margot apareció por la puerta de la cocina, visiblemente turbada.

— Papá ha recibido una citación de la SS — cuchicheó—. Mamá acaba de salir para ir a buscar al señor Van Daan.

(Van Daan es un colega de papá y amigo nuestro).

Yo estaba aterrada: todo el mundo sabe qué significa una citación; imaginó inmediatamente los campos de concentración, las celdas solitarias. ¿Íbamos a dejar que llevaran allí a papá?

— Naturalmente, no se presentará — dijo Margot, mientras que ambas esperábamos en el salón el regreso de mamá.

— Mamá ha ido a casa de los Van Daan para saber si podemos habitar, desde mañana, nuestro escondite. Los Van Daan se ocultarán allí con nosotros. Seremos siete.

Cayó el silencio. Ya no podíamos pronunciar una palabra más, pensando en papá, que no sospechaba nada. Había ido a visitar a unos ancianos al hospicio judío. La espera, la tensión, el calor, todo eso nos hizo callar. De repente, llamaron.

— Es Harry — dije yo.

— No abras — dijo Margot, reteniéndome.

Pero no era necesario. Oímos a mamá y al señor Van Daan que hablaban con Harry antes de entrar y que luego cerraban la puerta detrás de ellos. Cada vez que sonaba el timbre, Margot o yo bajábamos muy sigilosamente, para ver si era papá. Nadie más debía ser recibido.

Van Daan quería hablar a solas con mamá, de modo que Margot y yo dejamos la habitación. En nuestro dormitorio, Margot me confesó que la citación no

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